La parada, limpia. Una única persona esperando, en un lugar por donde pasan unas ocho o diez líneas diferentes. Un vacío. Una cara de tristeza. Un pensamiento: “Ahora sí que no llego”.
El momento ha durado poco porque han comenzado a pasar de forma espaciada, pero constante, todos los números; enseguida, un 20… hemos ido pasando parada tras parada sin apenas reclutar personal.
Momentos antes de bajar, he mirado el fondo de la oruga roja en la que iba subida (uno de esos autobuses largos, unidos por un fuelle), casi vacía: iba en un bus escoba, camino de la batalla diaria.

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