Caminaba apresurada este matinal martes, cuando una vieja desconocida me gritó: “La bufandica por el morrico”.
Vale que no llevaba la bufanda de la mejor manera para cubrir mi largo cuello, pero será porque es abril, que llueve; será porque media provincia de Zaragoza vive en la capital; será que las manzanas sobresalían por mi bolso, o que llevaba puesta la careta del insomnio y la vieja se sintió con derecho a advertirme cariñosamente como debía ir vestida.
Y mira que hacía frío.
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